Los asesinos

Por Abu Duyanah

Charly descargó la taza, puso el cubo bajo el lavamanos, cogió la libreta y el bolígrafo y salió corriendo: tocaban el timbre.

—Ya va —gritó por instinto y esquivando bultos de libros cubiertos con hojas de periódicos, recostados contra las paredes, llegó a la puerta. Pegó un ojo en la mirilla «¡Ño! Qué querrán estos ahora» se dijo, luego abrió.

—Me había hecho la idea de que andaban de viaje —dijo estrechándole la mano a cada uno.

—¡Ojalá! —le dijo Gutiérrez.

—¿Qué hay de nuevo? —le preguntó Machado— ¿Cómo te llevan las letras?

—¿Trajeron algo?

—El conocimiento. La profundidad de la poesía —dijo Machado.

—Ya… ¿y ron, no trajeron ron?

—Tú sabes que yo no camino sin ron —dijo Gutiérrez y sacó del portafolio una botella de Habana Club Añejo Blanco.

Charly tiró la libreta y el bolígrafo sobre el sofá y agarró la botella. «¡Candela!» dijo con una sonrisa.

—Eso es solo la botella —dijo Machado— lo de adentro es Matarrata.

—Es lo mismo. En los últimos días Sade no tenía ni tinta ni papel y no dejó de escribir. Vayan sentándose, que ahora vuelvo —dijo Charly y dejó la botella sobre la mesita en el centro de la sala, junto al Ulises de Joyce y fue hasta la cocina por unos vasos.

 —¿Y a ustedes —dijo de regreso— cómo los llevan las letras? No sé quién, pero alguien me dijo que andaban de viaje, en algo de una feria.

Los dos se habían sentado en el sofá.

—Esa son las ganas que tienen de que me desaparezca —dijo Gutiérrez.

—Primera persona del plural... —dijo Machado.

Charly le entregó un vaso a cada uno, puso el suyo en la mesita «Bueno, eso fue lo que me dijeron» destapó la botella y sirvió. Se tomó su trago de un golpe.

—Suave… que no se va a ir corriendo —le dijo Machado con una sonrisa y se dio un trago.

—¿Y por fin, terminaste el cuento? —dijo Gutiérrez después de probar el Matarrata, y puso el vaso sobre la mesita.

—¿Desde cuándo ustedes no vienen por aquí? Lo terminé, me gané un concurso y me lo publicaron en una antología en España.

—¡Coñó! —dijo Machado alargando la última o— ¡Felicidades caballo!

—Creo que alguien me comentó algo de eso.

—¿Y…? —dijo Machado frotando el dedo índice contra el pulgar.

—Ciento cincuenta dólares —dijo Charly.

—Entonces la otra va por ti.

Charly se sirvió un trago «Ya sabía yo —pensó, pero dijo—: Ese mony hace buen rato que me lo comí» se tiró en una silla y bajó el trago de dos sorbos.

Gutiérrez hizo una pequeña mueca de desilusión, casi imperceptible y Machado lo miró de reojo.

—¿Y te mandaron el libro?

—No… pero tengo la copia de un periódico que me consiguió la vecina en internet donde hay un artículo muy bueno sobre él, y ahí salgo yo... espérate, ahora te lo busco —dejó el vaso junto a la botella y se levantó en dirección al cuarto.

Machado encendió un cigarro «Muy bien. Ahora a tratar de repetirlo» dijo y miró a Gutiérrez. Soltó una bocanada de humo y se llevó el vaso a la boca.

—¿Y revisaste bien el cuento? —dijo Gutiérrez.

Charly no contestó.

—Eso es la literatura, publicar —dijo Machado envuelto en una nube de humo— aunque publicar sea desnudarse, como decía la madre de Borges.

Gutiérrez sacó un cigarro del maletín, sin dejar ver la caja.

—Préstame la fosforera.

—Está medio rota —dijo Machado extendiéndole el cigarro.

Gutiérrez soltó un chorro de humo, le devolvió el cigarro a Machado sin mirarlo y agarró el vaso.

—La literatura es soledad, es distancia, es meditación. Como decía Faulkner: Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil —dijo Machado.

Gutiérrez se le quedó mirando.

—Un buen cuento es tan bueno como el público que diga que lo es y eso carece de importancia.

Gutiérrez quiso hablar pero Machado lo interrumpió.

—Además, el público casi siempre se equivoca, casi siempre se deja llevar por las modas, y la literatura no es moda, para nada. Lo importante es la posteridad.

Charly regresó. Le entregó la hoja a Gutiérrez y siguió hasta la mesita a servirse otro trago.

—Deberías darte con un canto en el pecho de que te hayan pagado ciento cincuenta —dijo Gutiérrez echándole un vistazo a la hoja de periódico— A tu edad yo aún estaba dando clases de historia en el fin del mundo.

—Pero ya habías escrito los mejores cuentos de tu generación —dijo Machado intentando una sentencia.

—Sí, pero entonces no me servían de mucho.

—El artículo está al final —dijo Charly tapando la botella, luego se acomodó en la silla.

—¿Qué, te estás leyendo eso? —dijo Machado señalando al Ulises con la vista y la boca.

—Sí, ya casi termino, ese es el segundo tomo.

—Lástima que Ulises no haya sido lo que Joyce pensó —dijo Gutiérrez sin despegar la vista del artículo.

—Yo apenas si pude empezarlo —dijo Machado soltando una bocanada de humo— ¿Y el cenicero?

—Está debajo del sofá —dijo Charly haciéndole señas para que le diera un cigarro— Lo estoy leyendo pa ver si se me pega algo pa la novela.

Machado buscó el cenicero pero lo dejó en el piso, entre él y Gutiérrez, después sacó un cigarro para Charly.

—¿Estás pensando en una novela?

Charly se dio un trago «Ya la estoy escribiendo» dijo y agarró el cigarro.

—¡No jodas!

—Claro.

—¿Estás leyendo el Ulises y escribiendo una novela?

—Eso no está bien… lo de leer para escribir —dijo Gutiérrez llevándose el cigarro a la boca— Yo leo porque me gusta. Y siempre que escribo trato de no leer y de olvidarme de todo lo que he leído.

Charly sacó una fosforera del bolsillo y encendió el cigarro. Gutiérrez siguió la fosforera con la vista hasta que Charly la volvió a guardar.

—Mira, no sabía eso —dijo Machado saboreando un trago— pero yo tampoco leo cuando estoy enfrascado en un texto, sobre todo si es poesía. No porque tema ser influenciado, sino porque nunca tengo tiempo.

Gutiérrez sacudió el cigarro en el cenicero «Yo tampoco temo ser influenciado —dijo— la cuestión es que creo que con esta es suficiente» se llevó un dedo a la sien.

Charly le dio una chupada al cigarro «¿Entonces lo que me dicen es que no es bueno leer?» dijo y soltó el humo como si escupiera, después se quitó una hebra de picadura que le colgaba del labio.

—No es que no sea bueno… es otra cosa —dijo Gutiérrez— y eso de que estás escribiendo una novela…, jum, yo te aconsejaría que primero hicieras un buen cuento, cosa que el que lo escuche o lo lea se vaya pensando y lo recuerde por unos cuantos días.

—Y hasta por toda la vida. Como Bosta de Vaca —dijo Machado esbozando una sonrisa.

—¡Como Bosta de Vaca! —dijo Gutiérrez y se dio un trago— así mismo. Y mira, cuando empecé a escribirlo en lo menos que pensé fue en eso. Como ustedes saben era un cuento por encargo.

—¿Y lo de leer por disciplina? —interrumpió Charly.

—Si luego se convirtió en algo extraordinario… bueno yo hice todo lo que pude. Y ya ven lo que salió. ¡Tremendo cuento!

—¡Extraordinario!

—¿Y lo de leer por disciplina? —repitió Charly.

—Lo de leer por disciplina es cosa de viejos. Es una camisa de fuerza, y la literatura es libertad.

—Cómo te digo, se debe leer porque te guste…

—¡Para disfrutar!

—Y además, dudo que con Joyce puedas aprender algo. Joyce se complicaba mucho.

«Si lo que escribo parece difícil, —pensó Charly— se debe a los materiales que empleo. El pensamiento es siempre sencillo. James Joyce».

—Gutiérrez tiene toda la razón.

—Si no existiera un Joyce —dijo Charly— no hubiera un Faulkner, y sin Faulkner, no hubiera un García Márquez.

—Pero Márquez ya es otra cosa —dijo Gutiérrez quitándose el cigarro de la boca— con Márquez sí se puede aprender.

—Yo hace tiempo que le detecté la técnica —dijo Machado y aplastó el cigarro en el borde del cenicero— por ejemplo, en Cien Años de soledad, las oraciones son circulares.

—¿Sí?

—Claro. Lo que pasa es que no todo el mundo puede darse cuenta de eso. La maestría de Márquez es como la de un sastre que sabe ocultar las costuras.

—Pero yo leí una entrevista donde él decía...

—Una entrevista es algo a lo que no se le debe dar mucha importancia.

—Pero yo leí…

—Márquez es todo un maestro del idioma, puede decir y hacer lo que le plazca, pero para ti que vas empezando es más fácil no hacerle mucho caso por ahora —Machado terminó su trago y destapó la botella— Él tiene su propio método para escribir, su propia escuela… cosa que aun aquí no tenemos.

—Por ejemplo, cuando yo estaba escribiendo Como Bosta de Vaca tenía algo en la esencia que me resultaba conocido…

—Como un Déjà vu —interrumpió Machado.

—Ni tan siquiera pensaba en eso. Era algo que ya había escrito pero que no encontraba en ninguno de mis papeles —hizo una pausa para darle al Matarrata y al cigarro.

—¿Y entonces?

—¿Entonces? Nada, que terminé el cuento y nunca supe por qué tenía esa idea dándome vuelta… hasta un día que empecé a releer El otoño del patriarca, y eran la vacas, esas vacas entrando al palacio, comiéndoselo todo, llenando el espacio de excremento.

Charly miró a Machado y este a su vaso de ron. Se dio un trago.

—Vaya, por primera vez me parece buena esta cosa —dijo sin despegar la vista del vaso.

—¿Y qué piensas hacer cuando alguien se dé cuenta? —preguntó Charly.

—¿Hacer con qué?

—Con las vacas, porque cualquier día de estos sale un artículo o un cuento, como te hizo Daniel Mistral con Los Mensajeros de la Muerte.

—Tú siempre acuérdate que yo soy el mejor escritor de este país.

—Somos —dijo Machado.

—Eso mismo dice Mistral y no vive aquí —dijo Charly.

—Mistral es un plagio andante. Además, todos sus cuentos se los hice yo. Si no fuera por mí ni él ni ninguno de ustedes tuviera una sola letra que valiera la pena.

—Espérate un momento —dijo Machado— que cuando nosotros nos conocimos hacía rato que yo era tremendo escritor, y con unos buenos premios en la cuenta.

—Vamos, no jodas, que ya vas por dos carreras universitaria conmigo.

—Claro y yo no te he enseñado nada. ¡No jodas tú!

—Sí, muchos cuento malos para que yo te los arregle.

—Señores, cálmense, que aquí nadie está para eso.

Machado se puso de pie «¡¿Tú sabes lo que es decir que él es el que me arregla los cuentos?! —dijo acomodándose la camisa— ¡¿A mí, que soy el esposo de la soledad?! Dile a este que se quedó, que voy echando»

—Así está mejor. Pa lo que me importa a mí tu carro.

Machado bajó el último trago y se fue dejando la puerta abierta.

—Malagradecido —dijo Gutiérrez y apagó su cigarro— vergüenza debería darle —dijo esto como si se tratara de una enfermedad. Cogió la botella y la destapó.

—Me acuerdo cuando yo iba a tu casa y Machado casi siempre estaba revisando un cuento contigo.

—Ya tú ves —Dijo Gutiérrez y vertió un poco de ron al vaso de Charly, después se aseguró de cerrar bien la botella y la guardo en el maletín— yo también voy bajando.

—Bueno, cuando tenga un tiempo paso por tu casa —dijo Charly extendiendo la mano— y te llevo unos capítulos de la novela.

—Cuando tú quieras.

Charly cerró la puerta tras Gutiérrez, se dio un trago, agarró la libreta y el bolígrafo y se acostó boca arriba en el sofá. Buscó en la libreta una hoja en blanco y recordando "La obra clásica es un libro que todo el mundo admira, pero que nadie lee" comenzó a escribir: Charly descargó la taza, puso el cubo bajo el lavamanos, cogió la libreta y el bolígrafo y salió corriendo: tocaban el timbre.